sábado, 30 de enero de 2021

BOLETIN VOCACIONAL 6 "TESTIGOS EN EL CAMINO" Discernimiento...

         


Puestos a hablar del discernimiento de espíritus y de las tensiones que pueden surgir cuando se busca la fidelidad total al Espíritu de Dios, me atrevo a insinuar algunos puntos que es necesario tener en cuenta en todo discernimiento correcto. Son puntos que habría que desarrollar más plenamente, pero al menos podemos apuntar algunos indicadores del camino: 

1.     El espíritu auténtico sólo nos puede llevar al misterio de la "kénosis", de la crucifixión y de la muerte de Jesús, para después resucitar. Nos llevará a compartir y a compadecer, nos llevará a la solidaridad. La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Hay que empezar por ponerse en el punto de vista del otro, asumir el interés del otro. Hemos oído muchas veces aquello del Evangelio: «quien quiera ser mi discípulo, que tome mi cruz y me siga". Y ¿Cómo hay que tomarla? Mira el ejemplo de Jesús: deja tu «condición divina» -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación. 

        El Espíritu no es que revele nada nuevo, porque ya está todo revelado en Jesús. Lo que hace es hacer eficaz la revelación ya dada en Jesús. El Espíritu nos hace volver hacia Jesús, humillado, crucificado y resucitado. Cuando nos sentimos llevados a seguirle en esto, nos lleva el Espíritu de Jesús. Cuando nos sentimos llevados a la autoafirmación de nosotros mismos, en cualquier forma que sea, con disensiones, disputas y demás, nos arrastra un espíritu que no tiene nada que ver con el Espíritu de Jesús.

2. El Espíritu sólo puede formar comunidad. Nunca crea división. Cuando las posturas llegan a tal extremo que todo está a punto de romperse y se rompe, es que, de alguna manera, hemos negado al Espíritu. El sectarismo nunca es cosa del Espíritu; y el autoritarismo tampoco. El Espíritu no divide, sino que une. Hay muchas clases de división. Hay un genero de división por la que cada uno se va por su lado, dando lugar a la anarquía. Y hay otro género de división en la que uno, o un grupo, aplasta a todos los demás. Es el autoritarismo, la simple eliminación del otro como "otro". Se dice, y es verdad, que la Iglesia está edificada sobre el principio de la comunión, no sobre el principio de la autoridad o de la institución; lo cual no quiere decir que no sea necesario un mínimo de autoridad y de institución, precisamente para que se salvaguarde mejor la comunión. 

Esto es válido para la Iglesia y para cualquier tipo de comunidad, no sólo religiosa, sino también civil. Según el tipo de comunidad, la organización y la autoridad tendrán que ser diferentes. Pero yo diría que la Iglesia, que es precisamente la comunidad que se hace por la fuerza del Espíritu, tendría que tender al máximo de comunión y con el mínimo de institución. ¿Cómo determinar este máximo-mínimo, punto óptimo? El Señor Jesús, que sabía bien lo que daba de sí nuestra condición humana, determinó lo que era realmente esencial:

+ encargó a algunos de sus seguidores -a los Apóstoles, y a Pedro como primero entre ellos que cuidaran de la unidad y de la fidelidad en la comunidad. Los constituyó, podemos decir, con su misma «autoridad» en la Iglesia: "Quien a vosotros oye, a mí me oye". ¿Cómo habían de ejercer esta «autoridad»? El Señor no quiso concretar demasiado. O, mejor dicho, sólo lo concretó de manera negativa, porque sabía los peligros que habría. No tenía que ser con la autoridad de los príncipes y poderosos de este mundo. Tenía que ser una autoridad no de dominio, sino de servicio (Lc 22,24-30; Jn 13,4-15). No concretó mucho más. La autoridad en la Iglesia vendrá determinada por lo que pueda requerir el servicio de la comunión en la misma Iglesia. Y esto podrá depender de diversas situaciones y momentos. 

3. Finalmente, otra señal del Espíritu es que el Espíritu siempre sostiene la ESPERANZA. Porque creer en el Espíritu es creer en la novedad de Dios. Y la novedad de Dios tenemos que pensar que es siempre más poderosa que la maldad de los hombres. Esto es importante, porque suele suceder que hay personas que se creen movidas por el Espíritu, y hasta quizá lo son realmente, cuando propugnan algo nuevo o importante en la Iglesia; pero, si no están muy arraigados en el mismo Espíritu, se cansan o se amargan y pierden la esperanza cuando encuentran una cierta resistencia o incomprensión. Quien está realmente al servicio del Espíritu no se cansa nunca. Mejor dicho, se puede cansar físicamente, pero nunca abandona lo que puede ser servicio de Dios. 

La esperanza, o la capacidad de mantener viva la esperanza, es quizá la señal más clara de que el Espíritu está con nosotros. Cuando empezamos a perder la esperanza es que empezamos a perder el Espíritu de Dios. Un espíritu que lleva al desánimo, a la cerrazón, al hastío, al pesimismo o al pasotismo, nunca es el Espíritu de Dios.

CONSOLACION/AUTENTICA  San Ignacio de Loyola, hablando de la consolación espiritual, dice: «Sólo es del buen espíritu dar consolación espiritual», la auténtica. En cambio, «el mal espíritu a veces da falsas consolaciones y, sobre todo, da desolaciones, desánimo y cosas semejantes». Y emplea aquella comparación: el buen espíritu es como el agua que cae sobre una esponja, suavemente. El malo es como la gota que cae sobre la piedra, duramente. Siempre que hay dureza, aristas y actitudes semejantes, hay algo que no ha sido asumido desde la fe. Estas cosas no son siempre fáciles de controlar, porque, además del buen o mal espíritu, está el carácter de cada uno, que a menudo nos pone dificultades.

Lo que no podemos hacer nunca es pactar con la negatividad, con la ruptura, el cansancio, el desánimo... Dios no está entonces con nosotros, porque Dios nunca viene a descorazonarnos. El es la fidelidad. Dios nos ama, pase lo que pase; su amor es incondicional, como es incondicional la esperanza que El tiene puesta en todos y cada uno de nosotros, por débiles o malos que seamos.

Acabo con un bello texto del Cardenal Suenens: ESPERANZA:

"Soy hombre de esperanza, porque creo que Dios es nuevo cada mañana. Creo que Dios está creando el mundo hoy, en este mismo instante. Dios no creó el mundo hace muchísimo tiempo y luego se olvido de él. Por tanto, esto quiere decir que debemos esperar lo inesperado y considerar que ésta es la manera normal con que trabaja la providencia de Dios. Precisamente lo inesperado de Dios es lo que nos salva y nos libera del determinismo y del sociologismo de las sombrías estadísticas. Lo inesperado, al venir de Dios, es algo que procede del amor que nos tiene, para el mejoramiento de sus hijos. Soy un hombre de esperanza, y no porque sea optimista por naturaleza o por razones humanas, sino porque creo que el Espíritu Santo se halla presente en la Iglesia y en el mundo, aunque la gente no lo sepa.

Soy un hombre de esperanza, porque creo en que el Espíritu Santo es todavía el Espíritu Creador y porque creo que, si nos abrimos a El, nos dará cada mañana una naciente libertad, gozo, una provisión de esperanza. Creo en las sorpresas del Espíritu. El Concilio fue una sorpresa de este tipo, y el Papa Juan, otra. Ambos nos han dejado atrás. ¿Por que vamos a creer que la imaginación y el amor de Dios se han agotado? La esperanza es una obligación y no solo una delicadeza. La esperanza no es un sueño, sino una manera de hacer que los sueños sean realidad. Bienaventurados aquellos que tienen sueños y están dispuestos a pagar el precio para que se conviertan en realidad».

domingo, 24 de enero de 2021

BOLETIN VOCACIONAL Nº 5 "LA VOCACION PERSONAL EN LA SAGRADA ESCRITURA"

    En el texto bíblico la vocación se narra. 

+ Este dato ya nos ofrece una enseñanza: la vocación es un acontecimiento que sucede en la vida del ser humano y en el caminar histórico del pueblo de Dios.  

+ Un acontecimiento de salvación, un hecho de gracia, una intervención amorosa de Dios, que toca con su fuerza creadora lo más profundo del corazón. Sin embargo, no se trata de un acontecimiento puntual, sino de un proceso, que se va dando con matices diversos a lo largo de toda la vida. Un permanente acontecer. 

Los relatos bíblicos, que aparentemente se sitúan en sólo un momento, contienen una experiencia de vida vocacional condensada en sus rasgos fundamentales. Por eso son de gran utilidad para quien quiera hacer un discernimiento sobre la llamada de Dios.

RASGOS DE LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA BIBLIA...

1. La vocación está relacionada con el proyecto de un pueblo.

    No es un fin en sí misma, ni tiene sentido simplemente individual; está al servicio del pueblo de Dios que se entiende como todo él llamado y enviado. Está estrechamente vinculada a lo que Dios quiere hacer del pueblo de Israel y de todos los pueblos de la tierra. Este nexo profundo se puede comprobar en todos los textos, un ejemplo es el de Abrahán: El Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo (Gn 12, 1–2). Del mismo modo Jesús llama a sus discípulos (Mc 1, 16– 20) inmediatamente después de haber anunciado la inminente llegada del reino de Dios (Mc 1, 15); los llama para ponerse al servicio de ese proyecto. Una experiencia vocacional será auténtica cuando abra a la persona al servicio del pueblo y lo ponga en relación profunda con el proyecto de Dios sobre la humanidad, despertando una solicitud en torno a sus necesidades. 

2. El encuentro con Dios precede al llamado

    Las narraciones vocacionales comienzan frecuentemente con una teofanía, es decir, una manifestación de Dios. El encuentro personal con Dios y su misterio suele ser el primer momento de toda vocación. Este encuentro con Dios precede al llamado y lo envuelve a lo largo de toda su trayectoria. Por eso con frecuencia se presenta en oración a los que han sido llamados. La vocación de Isaías tiene lugar después de una impresionante visión de Dios (Is 6, 5). Los primeros discípulos parten de un encuentro personal con Jesús que queda grabado en su memoria (Jn 1, 38–39). Los momentos más centrales del proceso vocacional de Jesús vienen marcados por la oración. La vocación no ocurre de pronto. Antes se da un encuentro profundo con la santidad, la bondad, la misericordia, el amor de Dios. Encontrarse con Él implica ir descubriendo su proyecto, su corazón. Y comprender que desde siempre ha pensado para nosotros un lugar en ese proyecto. Toda vocación brota del amor de Dios. 

3. Dios llama por el propio nombre. Queda claro que se trata de una llamada personal.

    El ser humano se sabe profundamente conocido, y sobre todo, amado por Dios. Esto se subraya con la mención del nombre: ¡Moisés, Moisés! (Ex 3, 4); ¡Samuel, Samuel! (1 Sm 3, 5). Cuando se relata la llamada a los doce apóstoles, se menciona el nombre de cada uno de ellos (Mc 3, 13–19). También con la sensación de haber sido llamados por Dios desde siempre. Por ejemplo, el profeta Jeremías: Antes de formarte en el vientre te conocí, antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones (Jr 1, 5); y también Pablo: Dios me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia (Gal 1, 15). La vocación se da en medio del consuelo que viene de Dios. Puedes dar un paso vocacional con firmeza cuando te sabes amado y, en un sentido profundo, recreado interiormente por el amor de Dios, porque ha pronunciado tu nombre. 

4. La vocación toca lo más profundo y cambia los planes de la persona. 

    No se trata de algo superficial. Resuena en lo que en la Biblia se llama el corazón. Por eso se llega a describir como una seducción, como un no poder ser de otra manera. Provoca un cambio radical en la persona, en su estilo de vida, en su valoración de las cosas, en sus decisiones. El sentido profundo de la llamada de Dios se expresa por el cambio de nombre, que significa una transformación profunda. Abrán se llamará Abrahán, es decir, padre del pueblo; Simón se llamará Cefas, es decir, roca. Este cambio también se describe como una acción del Espíritu. Pero sobre todo se expresa en la disposición a dejarse transformar por el Espíritu en un proceso formativo que brinda la comunidad cristiana. Desde este punto de vista la persona no se considera como algo logrado, ya conseguido, sino una persona en camino de ser.

 5. La vocación es para la misión. Dios llama siempre para una misión y es lo que determina el cambio que se da en la persona. 

Este es el dato que aparece con más claridad en las narraciones vocacionales. El para qué de la vocación nunca es la persona del llamado, nadie es llamado para sí mismo, sino para el pueblo de Dios. El centro de los relatos es la encomienda de una misión y el cambio de nombre señala precisamente hacia esa misión. La raíz más honda de la misión está en el corazón de Dios: es una conmoción en su corazón. El por qué de la vocación, su razón fundamentadora, sólo se puede encontrar en Dios.  La vocación es siempre para una misión relacionada con la causa del pueblo: para convocar un pueblo (Abrahán), para liberarlo (Moisés, Gedeón), para hacer que vuelva a su proyecto (Samuel, profetas), para dar a ese pueblo un Salvador (María), para anunciar y hacer presente el reino de Dios (discípulos de Jesús). Sobre todo consiste en poner la vida para ser un signo del amor definitivo, irrenunciable de Dios. Cuando doy este paso, lo hago como lo hace Dios, con una verdadera conmoción del corazón.

 6. La llamada provoca resistencia. 

    Los personajes bíblicos desean ponerse al servicio del plan de Dios, pero a la vez les surgen grandes resistencias. Casi siempre proceden de la percepción de su indignidad o de su poca capacidad para la misión. Estas resistencias se expresan como objeciones en el diálogo con Dios. Moisés dice: ¿quién soy yo para ir al faraón y sacar a los israelitas de Egipto? (Ex 3, 11)… no me creerán ni me escucharán (Ex 4, 1)… pero Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil (Ex 4, 10). Cuando resuena en el interior de la persona la llamada de Dios, el corazón se transforma en un campo de batalla. Tiene el deseo de responder, pero a la vez descubre los grandes retos que presenta la misión. Esta tensión interior es expresada por Jeremías: Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has violentado y me has podido (Jer 20, 7). 

7. Dios permanece con aquel que ha enviado. 

    Los relatos de vocación concluyen siempre con una respuesta a estas objeciones. Dios responde de modo desbordante, con la promesa de su presencia constante cerca de aquel que ha llamado y enviado a una misión. Así, a Moisés Dios le promete su asistencia para que no vacile ante el faraón, le concede la potestad para hacer prodigios en su presencia y, por si esto fuera poco, le dice: yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir (Ex 4, 12).  Se trata de una presencia eficaz que sostiene y fortalece a quien ha sido llamado en medio de las dificultades. 

La vocación se vive en la confianza y la gratitud a Dios, porque es Él quien capacita a la persona para el estilo de vida y para la misión que le ha encomendado. 

domingo, 10 de enero de 2021

BOLETIN Nº 4 "LA CULTURA ACTUAL"


Un análisis de la realidad nos ayuda a descubrir de modo más específico cómo afecta a los jóvenes la cultura actual en la que están inmersos. El problema real consiste en que la cultura anterior se ha revelado contradictoria, falta de credibilidad. Los jóvenes rechazan esa cultura, pero la nueva cultura apenas surge sin rasgos bien definidos, sin valores claros. Todo se ve afectado por una cultura que parece envolver e interpretar la realidad global. Desde esta constatación surgen una serie de afectaciones de la cultura actual en el ámbito juvenil. Algunas de ellas son las siguientes:

La invasión de los medios de comunicación

Los medios de comunicación invaden la vida privada de las personas, que se saben dependientes de ellos: el teléfono celular, el internet, la consigna de estar siempre conectados a las redes sociales, lo que no implica una mayor calidad en la comunicación. Dice el Papa Francisco que “no es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual” (Christus Vivit, n. 88). Y el Sínodo de los jóvenes señala “la preferencia que se concede a la imagen respecto a otros lenguajes comunicativos” ( Sínodo 2018, n. 45).  Esto afecta a la capacidad de silencio y de soledad, que es donde se gestiona la relación con Dios y el proceso vocacional. Si la persona quiere crecer en su vida espiritual tiene que pasar por un síndrome de abstinencia de comunicación. Con todo, han surgido algunos movimientos de “desconectados”. 

La poca claridad en los valores morales

El continuo acceso a un conjunto de valores ambiguos provoca una confusión importante. Se cuestionan radicalmente algunos valores, pero no se afirman otros con claridad, de modo que se crea una confusión en la que no se sabe dónde está la verdad. La ambigüedad en los valores morales afecta a la disposición a aceptar la moralidad con sentido más social y objetivo que se propone desde los valores vocacionales. 

La presencia de los medios técnicos



Las personas parecen depender de los medios técnicos para poder realizar sus actividades. “No puedo estudiar sin computadora y sin internet; necesito las contraseñas de la red wifi”.  Esta invasión de la técnica impide la profundización en el estudio, en el pensamiento humanístico. Todo está en los buscadores de internet. No se requieren bibliotecas y todo se soluciona con el “copiar y pegar”. Sobre todo, dificulta la formulación personal del pensamiento. “Privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico” (Sínodo 2018, n. 21; Christus Vivit, n. 86). 

La poca credibilidad de las Instituciones. 


Estamos inmersos en una cultura del continuo cuestionamiento de cualquier tipo de Institución: el gobierno y los gobernantes, los partidos políticos, las religiones y sus ministros, las escuelas y los maestros… es difícil que una Institución no se vea profunda y a veces injustamente cuestionada. Esta es una dificultad para crecer en el sentido de pertenencia a una Institución y a una opción vocacional dentro de la Iglesia. 

La ambigüedad religiosa.

La religiosidad ambigua es la que funciona. Las personas se definen como católicos, pero no participan en la comunidad cristiana y encuentran cualquier motivo para apartarse de ella. A la vez pueden tomar elementos de otras religiones haciendo una mezcla poco clara. Muchos jóvenes “consideran la religión una cuestión privada y seleccionan de diversas tradiciones espirituales elementos en los que encuentran sus propias convicciones. Se difunde así un cierto sincretismo, que se desarrolla bajo el presupuesto relativista de que todas las religiones son iguales” (Sínodo 2018, n. 49). La ambigüedad en el terreno religioso hace difícil la confesión de la fe con su carácter objetivo y comunitario. Parece que cada quien puede creer lo que quiera, lo que le gusta o lo que le convence, pero no el contenido objetivo de la fe. Los jóvenes llegan a mostrar interés por la espiritualidad, pero a veces se torna en “una búsqueda de bienestar psicológico más que de una apertura al encuentro con el Misterio del Dios vivo” (Sínodo 2018, n. 49). 

El fenómeno de la inseguridad. 


Las personas viven pendientes de la seguridad y poco atentas a la vida misma. El concepto de inseguridad sirve para justificar actitudes más egoístas y cómodas, la falta de compromiso. Llega a ser un impedimento para la participación en un grupo juvenil o para prestar un servicio social. Pero también es cierto que muchos jóvenes “padecen la violencia en una innumerable variedad de formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etc.” (Sínodo 2018, n. 41; Christus Vivit, n. 72). 

La ambigüedad en el comportamiento sexual


Es una consecuencia de todo lo demás. Pareciera válida cualquier conducta sexual. No hay claridad sobre lo que es correcto y lo que no lo es. Incluso se da una difusión de los roles sexuales y de las características secundarias de la sexualidad (cf. Christus Vivit , n. 78). La ambigüedad en lo sexual y el continuo contacto con realidades sexuales confusas dificulta la opción por el celibato sacerdotal y por castidad de la vida consagrada. “Junto a fenómenos antiguos que permanecen, como la sexualidad precoz, la promiscuidad, el turismo sexual, el culto exagerado del aspecto físico, hoy se constata una gran difusión de la pornografía digital y la exhibición del propio cuerpo en la red. Estos fenómenos, a los que están expuestas las nuevas generaciones, constituyen un obstáculo para una maduración serena” ( Sínodo 2018 , n. 37; cf. Christus Vivit , nn. 81 y 90). 


domingo, 3 de enero de 2021

BOLETIN VOCACIONAL Nª 3 "LAS CULTURAS JUVENILES EN LA CULTURA ACTUAL"

  

Las culturas juveniles 

            Es relativamente fácil distinguir entre diversos tipos de jóvenes analizando su condición económica y social. Nos interesa esta distinción porque tropezamos continuamente con ella en la Pastoral Vocacional. Se trata de un contexto juvenil complejo. A continuación se propone una serie de ocho ámbitos para analizar las diversas culturas juveniles:  

1. Juventud campesina–rural. Muchos de estos jóvenes no tienen posibilidad de estudiar. Tienen una gran apertura a lo sagrado y una facilidad para la contemplación. La mayoría de ellos tienen fuertes lazos familiares y el sentido de pertenencia a su parroquia y a su diócesis. Mantienen también una vinculación con la religiosidad popular y las prácticas devocionales. Este ámbito juvenil sufre con frecuencia “los efectos de formas de exclusión y descarte” ( Sínodo 2018 , n. 12; Christus Vivit , n. 69).  

2. Juventud indígena. En ocasiones los jóvenes provenientes de esta cultura no
aceptan sus propias raíces indígenas. Los jóvenes indígenas tienen una gran capacidad intuitiva y una delicada sensibilidad estética. Estas características unidas a sus tradiciones religiosas les abren profundamente al valor de lo sagrado. Con frecuencia algunas de las culturas indígenas presentan una dificultad para la aceptación de la virginidad o del celibato como una forma de vida válida. 

3. Juventud estudiantil. Nos referimos a jóvenes que aún están cursando el nivel básico de la educación y que efectivamente se disponen para iniciar estudios universitarios. Es decir, jóvenes que planean ser estudiantes durante un largo tiempo. Paradójicamente cuentan con más medios y con una mayor cultura religiosa, aunque luego esto no se traduzca en comportamientos prácticos. Los jóvenes de colegios católicos en su mayoría son menos sensibles a la realidad social que los jóvenes de colegios públicos. Una de las necesidades más importantes de los jóvenes estudiantes es la de ampliar sus perspectivas vocacionales, de modo que se abran al menos inicialmente a una mayor diversidad de opciones, entre las que se encuentra la vocación consagrada.  

4. Jóvenes obreros y trabajadores. En ciertos ambientes o barrios de las
ciudades este es el grupo juvenil mayoritario. Son jóvenes que ya están trabajando. Algunos con horarios de medio tiempo, compatibles con los estudios, pero la mayoría con horarios de tiempo completo que les impiden realizar un proyecto de estudios, o comprometerse más en el apostolado. Sobre muchos de ellos pesa la economía familiar, sobre todo cuando pertenecen a familias disfuncionales, de modo que esto es un impedimento para realizar su propio proyecto. Este tipo de jóvenes suelen tener un contacto esporádico con la Iglesia, la cual se encuentra especialmente lejana de los ámbitos laborales. Tal contacto se puede dar a partir de la misa dominical, o de las actividades de su empresa, o de su participación en un movimiento apostólico. Tienden a definir su futuro con más realismo, pese a las dificultades que se les presentan. Los jóvenes trabajadores son más independientes y por ello también más capaces de tomar decisiones. 

5. Jóvenes inmigrantes. Merecen una especial atención los jóvenes inmigrantes, en quienes confluyen muchas de las circunstancias que hemos señalado para otros grupos. En su caso hay que añadir la movilidad, sobre todo cuando son ilegales, y la dedicación muy absorbente al trabajo que llegan a conseguir en su nueva situación. Este tipo de jóvenes los tenemos en los grupos juveniles en las ciudades, en las fronteras y fuera del país, pero también en los pueblos de donde salen, y en donde tienen la referencia a sus valores fundamentales. Es llamativo cómo muchas de las vocaciones que brotan de esta realidad de los jóvenes inmigrantes optan por volver a su país de origen para la formación, sea por motivos legales o culturales, pero sobre todo por motivos apostólicos y de compromiso social (cf. Christus Vivit , 91-94).  

6. Jóvenes universitarios. Aquí nos referimos a los jóvenes que ya están
estudiando en la Universidad. La mayoría entre los 18 y los 25 años. Se pueden distinguir dos tipos: los que estudian y trabajan y los que solo estudian. Muchos de los movimientos juveniles de Iglesia se dirigen a este sector. Su situación de estudiantes les lleva a definir un proyecto para el futuro. Algunos de estos jóvenes no tienen un grado de convicción suficiente en torno a la elección de su carrera, por lo que con cierta facilidad la abandonan durante los dos primeros años, o no trabajan suficientemente en sus estudios.  

7. Jóvenes en situación crítica. Son los que han llegado a una situación tal que necesitan ayuda para salir de ella: drogadicción, criminalidad, promiscuidad sexual, prostitución, problemas psíquicos severos, etc. Se reconoce la situación crítica cuando ya no pueden seguir con sus estudios o trabajo debido a estos problemas. Es importante emprender una pastoral especial dirigida a ellos que tiene una gran tradición espiritual dentro de la Iglesia. La experiencia enseña que no basta con “curar” o atender estas situaciones, sino que es mucho mejor “prevenirlas”, es decir, poner los medios para que los chicos que están en peligro puedan salir a tiempo de estas situaciones.  Hay que hacer una mención especial de los jóvenes que, sin calificarla como situación crítica, pertenecen a familias disfuncionales y que requieren de una evangelización cuidadosa para sanar posibles heridas emocionales. “Sin duda el aumento de separaciones, divorcios, segundas uniones y familias monoparentales puede causar en los jóvenes grandes sufrimientos y crisis de identidad. A veces deben hacerse cargo de responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser adultos antes de tiempo”. ( Sínodo 2018 , n. 32; Christus Vivit , n. 262). 

8. Jóvenes apostólicos. Son los jóvenes que se han comprometido en algún apostolado en la Iglesia; que colaboran en la catequesis, en la pastoral juvenil, en los movimientos apostólicos. Se definen como creyentes y apostólicos, pero su gran reto es llevar la fe a la vida de cada día. Tienen en general dificultades para poner en práctica la etapa de militancia o compromiso apostólico. Este tipo de jóvenes necesita acompañamiento, asesoría, profundización y dirección espiritual, para alcanzar un mayor compromiso social y misionero (cf. Christus Vivit , 168-178). 

 


BOLETÍN VOCACIONAL Nº7 ”LA CARIDAD PASTORAL” LA ESPIRITUALIDAD DIOCESANA

  Trataremos este tema en relación con la Espiritualidad diocesana “La caridad pastoral” en la reflexión teológica y espiritualidad del mini...