En el texto bíblico la vocación se narra.
+ Este dato ya nos ofrece una enseñanza: la vocación es un acontecimiento que sucede en la vida del ser humano y en el caminar histórico del pueblo de Dios.
+ Un acontecimiento de salvación, un hecho de gracia, una intervención amorosa de Dios, que toca con su fuerza creadora lo más profundo del corazón. Sin embargo, no se trata de un acontecimiento puntual, sino de un proceso, que se va dando con matices diversos a lo largo de toda la vida. Un permanente acontecer.
Los relatos bíblicos, que aparentemente se sitúan en sólo un momento, contienen una experiencia de vida vocacional condensada en sus rasgos fundamentales. Por eso son de gran utilidad para quien quiera hacer un discernimiento sobre la llamada de Dios.
RASGOS DE LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA BIBLIA...
1. La vocación está relacionada con el proyecto de un pueblo.
No es un fin en sí misma, ni tiene sentido simplemente individual; está al servicio del pueblo de Dios que se entiende como todo él llamado y enviado. Está estrechamente vinculada a lo que Dios quiere hacer del pueblo de Israel y de todos los pueblos de la tierra. Este nexo profundo se puede comprobar en todos los textos, un ejemplo es el de Abrahán: El Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo (Gn 12, 1–2). Del mismo modo Jesús llama a sus discípulos (Mc 1, 16– 20) inmediatamente después de haber anunciado la inminente llegada del reino de Dios (Mc 1, 15); los llama para ponerse al servicio de ese proyecto. Una experiencia vocacional será auténtica cuando abra a la persona al servicio del pueblo y lo ponga en relación profunda con el proyecto de Dios sobre la humanidad, despertando una solicitud en torno a sus necesidades.
2. El encuentro con Dios precede al llamado.
Las narraciones vocacionales comienzan frecuentemente con una teofanía, es decir, una manifestación de Dios. El encuentro personal con Dios y su misterio suele ser el primer momento de toda vocación. Este encuentro con Dios precede al llamado y lo envuelve a lo largo de toda su trayectoria. Por eso con frecuencia se presenta en oración a los que han sido llamados. La vocación de Isaías tiene lugar después de una impresionante visión de Dios (Is 6, 5). Los primeros discípulos parten de un encuentro personal con Jesús que queda grabado en su memoria (Jn 1, 38–39). Los momentos más centrales del proceso vocacional de Jesús vienen marcados por la oración. La vocación no ocurre de pronto. Antes se da un encuentro profundo con la santidad, la bondad, la misericordia, el amor de Dios. Encontrarse con Él implica ir descubriendo su proyecto, su corazón. Y comprender que desde siempre ha pensado para nosotros un lugar en ese proyecto. Toda vocación brota del amor de Dios.
3. Dios llama por el propio nombre. Queda claro que se trata de una llamada personal.
El ser humano se sabe profundamente conocido, y sobre todo, amado por Dios. Esto se subraya con la mención del nombre: ¡Moisés, Moisés! (Ex 3, 4); ¡Samuel, Samuel! (1 Sm 3, 5). Cuando se relata la llamada a los doce apóstoles, se menciona el nombre de cada uno de ellos (Mc 3, 13–19). También con la sensación de haber sido llamados por Dios desde siempre. Por ejemplo, el profeta Jeremías: Antes de formarte en el vientre te conocí, antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones (Jr 1, 5); y también Pablo: Dios me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia (Gal 1, 15). La vocación se da en medio del consuelo que viene de Dios. Puedes dar un paso vocacional con firmeza cuando te sabes amado y, en un sentido profundo, recreado interiormente por el amor de Dios, porque ha pronunciado tu nombre.
4. La vocación toca lo más profundo y cambia los planes de la persona.
No se trata de algo superficial. Resuena en lo que en la Biblia se llama el corazón. Por eso se llega a describir como una seducción, como un no poder ser de otra manera. Provoca un cambio radical en la persona, en su estilo de vida, en su valoración de las cosas, en sus decisiones. El sentido profundo de la llamada de Dios se expresa por el cambio de nombre, que significa una transformación profunda. Abrán se llamará Abrahán, es decir, padre del pueblo; Simón se llamará Cefas, es decir, roca. Este cambio también se describe como una acción del Espíritu. Pero sobre todo se expresa en la disposición a dejarse transformar por el Espíritu en un proceso formativo que brinda la comunidad cristiana. Desde este punto de vista la persona no se considera como algo logrado, ya conseguido, sino una persona en camino de ser.
5. La vocación es para la misión. Dios llama siempre para una misión y es lo que determina el cambio que se da en la persona.
Este es el dato que aparece con más claridad en las narraciones vocacionales. El para qué de la vocación nunca es la persona del llamado, nadie es llamado para sí mismo, sino para el pueblo de Dios. El centro de los relatos es la encomienda de una misión y el cambio de nombre señala precisamente hacia esa misión. La raíz más honda de la misión está en el corazón de Dios: es una conmoción en su corazón. El por qué de la vocación, su razón fundamentadora, sólo se puede encontrar en Dios. La vocación es siempre para una misión relacionada con la causa del pueblo: para convocar un pueblo (Abrahán), para liberarlo (Moisés, Gedeón), para hacer que vuelva a su proyecto (Samuel, profetas), para dar a ese pueblo un Salvador (María), para anunciar y hacer presente el reino de Dios (discípulos de Jesús). Sobre todo consiste en poner la vida para ser un signo del amor definitivo, irrenunciable de Dios. Cuando doy este paso, lo hago como lo hace Dios, con una verdadera conmoción del corazón.
6. La llamada provoca resistencia.
Los personajes bíblicos desean ponerse al servicio del plan de Dios, pero a la vez les surgen grandes resistencias. Casi siempre proceden de la percepción de su indignidad o de su poca capacidad para la misión. Estas resistencias se expresan como objeciones en el diálogo con Dios. Moisés dice: ¿quién soy yo para ir al faraón y sacar a los israelitas de Egipto? (Ex 3, 11)… no me creerán ni me escucharán (Ex 4, 1)… pero Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil (Ex 4, 10). Cuando resuena en el interior de la persona la llamada de Dios, el corazón se transforma en un campo de batalla. Tiene el deseo de responder, pero a la vez descubre los grandes retos que presenta la misión. Esta tensión interior es expresada por Jeremías: Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has violentado y me has podido (Jer 20, 7).
7. Dios permanece con aquel que ha enviado.
Los relatos de vocación concluyen siempre con una respuesta a estas objeciones. Dios responde de modo desbordante, con la promesa de su presencia constante cerca de aquel que ha llamado y enviado a una misión. Así, a Moisés Dios le promete su asistencia para que no vacile ante el faraón, le concede la potestad para hacer prodigios en su presencia y, por si esto fuera poco, le dice: yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir (Ex 4, 12). Se trata de una presencia eficaz que sostiene y fortalece a quien ha sido llamado en medio de las dificultades.
La vocación se vive en la confianza y la gratitud a Dios, porque es Él quien capacita a la persona para el estilo de vida y para la misión que le ha encomendado.
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